COMO ATRAER LA SUERTE Y LA BUENA SUERTE
Hay épocas en la vida en las que uno está tranquilo, parece que todo encaja, todo fluye y vas viendo cómo vas evolucionando. Y otras épocas en las que parece que la vida ha estado esperando, ha apretado un botón y, de repente, empiezan a surgir todo tipo de contratiempos, uno tras otro. Esto ocurre desde el mítico ejemplo en el que todos los electrodomésticos de la casa deciden estropearse a la vez, hasta una concatenación de situaciones más graves como la pérdida de un trabajo, una ruptura amorosa, un accidente, o el fallecimiento de algún ser querido. Es entonces cuando uno suele pensar: “parece que las desgracias nunca vienen solas”. Estas situaciones las podemos vivir con impotencia, frustración, rabia, tristeza por lo sucedido o con indefensión.
La indefensión y la Buena suerte no son grandes compañeros
La indefensión es ese estado en el que, ante una situación amenazadora, la persona considera que está falta de la ayuda o protección que necesita. Es decir, tiene la sensación subjetiva de no poder hacer nada a pesar de que puedan existir oportunidades reales de cambio de esa situación. En este estado a veces tendemos a pensar: ¡qué mala suerte tengo!, ¿por qué a mi?, ¡siempre me pasa igual! Y máxime cuando, inevitablemente, tiende a comprarse con otras personas y observar que su situación es diferente.
Quedarse amparado bajo el cobijo de la mala suerte y la indefensión puede ser peligroso. Funciona en forma de círculo vicioso: me ocurren eventos negativos, por lo que pienso que tengo mala suerte. Al pensar esto y sentir que no puedo hacer nada, probablemente los problemas se mantendrán e incluso surgirán otros. Esto confirmará mi idea de la mala suerte y lo viviré con más indefensión todavía.
Esto es lo que los psicólogos llamamos “Locus de control externo”. Hace referencia a la percepción que tiene una persona de que los eventos que le ocurren no lo hacen como fruto del esfuerzo y dedicación, sino como resultado del azar, el destino, la suerte o el poder y decisiones de otros. Esto es un concepto aprendido (un niño no nace pensando en esto, sino que lo va aprendiendo) y lo bueno es que lo que se aprende, se reaprende.
Es innegable que hay ciertas cosas en la vida inevitables e incontrolables y en las que uno no puede hacer nada para que ocurran o no ocurran. La introducción de la película Match Point es todo un homenaje a este tema. Os dejo el link del vídeo para que lo podáis ver:
Pero, por mucho que no podamos elegir que ocurran ciertas situaciones en nuestra vida, siempre hay una parte que podemos controlar: la forma en que nos afecta esta situación. Imaginad que vuestro jefe os ha comunicado que, por reducción de personal, tenéis que ampliar el horario de trabajo sin ningún tipo de compensación. Hay dos tipos de afrontamiento en la vida: uno es intentar cambiar directamente la situación (hablar con vuestro jefe e intentar eliminar esta situación o cambiar las condiciones). Ahora bien, cuando esta situación está fuera de nuestro control directo o no podemos hacer nada para cambiarla, pasaríamos al segundo tipo de afrontamiento: manejar la manera en que esta situación te afecta. Sería centrarse en el control interno para reducir, en la medida de lo posible, el malestar o estrés consecuente (siguiendo con el ejemplo propuesto, este segundo afrontamiento consistiría en, dado que la situación no se puede cambiar, hacerla lo más llevadera posible: realizar más descansos, aprovechar la oportunidad para intentar aprender alguna tarea nueva o mejorar las relaciones con los compañeros). Es decir, siempre tenemos, como mínimo, un 50% de control de la situación, por muy ajena que esta sea. Centrarse en ese 50% es uno de los ejemplos de lo que llamaríamos el Locus de Control Interno, que significaría (en contraposición con el “externo” antes mencionado) la percepción que tiene una persona de que las situaciones ocurren como consecuencia de sus propias acciones, es decir, la percepción de que él mismo controla su vida.
La suerte normal y la buena suerte
Siguiendo con el tema de la suerte, a mí me gusta diferenciar entre suerte y buena suerte. Con suerte me refiero a aquellas situaciones que ocurren por puro azar, como por ejemplo que te toque la lotería. Buena suerte serían aquellas situaciones positivas que ocurren como fruto de un esfuerzo previo. Por ejemplo, que una persona formada encuentre trabajo tras haber estado dedicando un tiempo, de manera activa, a buscarlo echando currículums, preguntando a contactos, etc. Esta buena suerte es otro ejemplo de locus de control interno.
Como psicóloga he escuchado a muchas personas con situaciones que, hasta yo misma, he pensado lo duras e injustas que son, situaciones que se juntan con otras y que le hace replantarse a uno el sentido de muchas cosas. El mensaje que quiero transmitir es que, hasta en esas situaciones, uno tiene poder de actuación, tiene una parte de control y poder de superación, aunque solo sea aprender control emocional para manejar esta situación y sacar un aprendizaje de ello.
Termino con el relato de una historia que ilustra, bastante bien, esta diferencia de percepciones de la que hemos hablado:
La suerte, la mala suerte y la buena suerte
Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus vecinos le consideraban afortunado porque tenía un caballo con el que podía arar su campo. Un día el caballo se escapó a las montañas. Al enterarse los vecinos acudieron a consolar al granjero por su pérdida. “Qué mala suerte”, le decían. El granjero les respondía: “mala suerte, buena suerte, quién sabe”.
Unos días más tarde el caballo regresó trayendo consigo varios caballos salvajes. Los vecinos fueron a casa del granjero, esta vez a felicitarle por su buena suerte. “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”, contestó el granjero.
El hijo del granjero intentó domar a uno de los caballos salvajes pero se cayó y se rompió una pierna. Otra vez, los vecinos se lamentaban de la mala suerte del granjero y otra vez el anciano granjero les contestó: “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”.
Días más tarde aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejército. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Los aldeanos, ¡cómo no!, comentaban la buena suerte del granjero y cómo no, el granjero les dijo: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”.
Fragmento tomado de Alex Rovira, “La buena suerte”